miércoles, 9 de diciembre de 2009

Recensión de un escrito








Los patitos feos
La resiliencia: una infancia infeliz no determina la vida



Elle est à toi cette chanson,
toi l’Auvergnat qui, sans façon,
m’a donné quatre bouts de pain
quand dans ma vie il faisait faim.

Brassens, G., Chanson pour l’Auvergnat, 1955

Tuya es esta canción,
para ti auvernés que, sin ceremonias,
me diste cuatro pedazos de pan,
cuando en mi vida había hambre.




Se trata de un ensayo sobre la resiliencia, entendida como la capacidad de desarrollarse en situaciones extraordinariamente adversas. Es un concepto afín con la psicología social y el psicoanálisis. Se relaciona con la asignatura de Modelos de Orientación e Intervención Psicopedagógica en cuanto a que el texto da una base teórica, suficientemente amplia, como para comprender la necesidad de:
o Establecer, por parte de los gobiernos, programas preventivos dirigidos a una población generalizada, con el fin de mostrar pautas de crianza a las familias que favorezcan el desarrollo de vínculos afectivos protectores.
o Desarrollar programas de prevención en grupos de riesgo.
o Desarrollar programas de intervención cuando la persona no ha superado las situaciones adversas y ha visto alterado su proceso vital.

El autor de la obra es Boris Cyrulnik.
Editada al castellano por GEDISA (Barcelona, 2008).

Se hace preciso conocer la biografía de Boris Cyrulnik para comprender el verdadero alcance del ensayo.

Nacido en Burdeos en 1937, en el seno de una familia judía. No es por azar que Boris Cyrulnik haya sido la primera persona en Francia en interesarse por el fenómeno de la resiliencia. Con tan solo seis años de edad consigue escapar de un campo de concentración, de donde el resto de miembros de su familia, rusos judíos emigrantes, jamás regresaron. Empieza entonces para el joven huérfano una etapa errante por centros y familias de acogida. A los ocho años la Asistencia pública francesa le instala en una granja. Por suerte, unos vecinos le inculcaron el amor a la vida y a la literatura y pudo educarse y crecer superando su pasado, empujándole a convertirse, en un médico empeñado en entender sus propias ganas de vivir: -"Estudié medicina por un deseo de seguridad, de integración; nadie duda que es porque mi familia fue deportada por lo que yo quise orientarme hacia la psiquiatría, explorar la mente humana y dar un sentido a lo incomprensible".

Es un resiliente, su infancia destruida por la guerra y la deportación de sus padres no le impidieron el convertirse en un hombre de provecho, saliendo fortalecido de la situación. Es un hombre que habla de sus heridas “en tercera persona”, pues al escribir sobre los niños, ha logrado transformar positivamente su dolor. Su drama personal, lejos de alejarlo de los hombres, le acercó al entendimiento de lo humano.
Hoy es uno de los principales expertos en resiliencia del mundo y, entre los franceses, es conocido como el “psiquiatra de la esperanza”.

Es neurólogo, psiquiatra, psicoanalista y además etólogo (1). Anima a un grupo de investigación de etología clínica en el Hospital de Toulon - La Seyne sur Mer. Es Profesor de la Universidad de Var en Francia.
Desde 1998 es presidente del Centre National de Création et de Diffusion Culturelles de Châteauvallon y, también, miembro directivo de la oficina en Francia coordinadora del Programa Decenio de Naciones Unidas.

Vive actualmente en la Seyne sur Mer, al Sur de Francia. Divide su apretada agenda entre escribir y visitar universidades y centros de estudio que reclaman su presencia; y sus investigaciones sobre resiliencia.


Sobre el contenido de Los patitos feos:
El hecho de constatar que un cierto número de niños traumatizados resisten a las pruebas que les toca vivir, utilizándolas en ocasiones para hacerse más humanos, no puede explicarse en términos de superhombre o de invulnerabilidad, sino asociado a la adquisición de recursos internos afectivos y de recursos de comportamiento durante los años difíciles, junto con el acceso a recursos externos sociales y culturales.

A lo largo de su exposición, Boris esclarece cómo se adquieren esos recursos.

El autor aclara la importancia de los determinantes genéticos en el proceso de construcción del desarrollo humano: “los determinantes genéticos existen, pero no quiere decir que el hombre se encuentre genéticamente determinado. Una alteración metabólica es, con frecuencia, más fácil de corregir que un prejuicio.”

El temperamento es la forma que tiene la persona de ubicarse en su medio. Es un estilo existencial que se configura desde manifestaciones muy tempranas. El comportamiento que adoptan las personas cercanas con respecto al niño, va disponiendo en torno a éste un número de guías, a lo largo de las cuales deberá desarrollarse. Es decir, las figuras de referencia del niño disponen a su alrededor circuitos sensoriales y significados, que se conforman en guías de desarrollo y le permiten tejer su resiliencia.
El proceso de andamiaje de los temperamentos se construye durante el período de interacciones precoces. Ya desde las últimas semanas del embarazo, los bebés personalizan sus respuestas de comportamiento. Actualmente la ecografía permite asegurar que las últimas semanas del embarazo constituyen el primer capítulo de nuestra biografía. Las respuestas intrauterinas representan ya una adaptación a la vida extrauterina.
El psicoanálisis, a partir del análisis que realizan los obstetras, afirma que el estado mental de la madre puede modificar las adquisiciones conductuales del bebé que alberga. Las representaciones íntimas de la madre provocadas por sus relaciones actuales o pasadas envuelven al niño en un entorno sensorial dinámico; es decir, la historia de la madre influye en la constitución de ciertos rasgos de temperamento en el niño que va o acaba de nacer.

La organización cultural interviene muy pronto en la estabilización de los rasgos temperamentales.
Añade que el dolor es una señal biológica que se transmite al cerebro o que se puede bloquear. El significado que adquiere esta señal depende por igual del contexto cultural y de la historia del niño. Lo que experimentamos está en función del significado que atribuimos al acontecimiento doloroso. Lo que calma o perturba al niño es la forma en que las figuras de su vínculo afectivo traducen la catástrofe al expresar sus emociones.

La familia es una unidad funcional, en la que cada acción de uno de sus miembros provoca reacciones de adaptación de los demás. Existen distintos modelos de familia en cuanto al estilo de vínculo que establecen en torno del niño: familias cooperadoras, estresadas desorganizadas, abusadoras.
Es preciso adaptarse al nivel de desarrollo del niño para educarlo. Las relaciones circulares establecidas tempranamente producen un intercambio comunicativo. El tipo de respuesta de los padres organiza un entorno sensorial de gestos, actitudes, mímicas y palabras que tejen uno u otro vínculo. En consecuencia, un mismo rasgo de temperamento puede adquirir distintos significados según cómo sean las familias; es más, una misma familia puede manifestar distintos estilos de comportamiento entre los hermanos, estimulando la resiliencia de unos y la vulnerabilidad de otros. Este mismo razonamiento de la espiral de la interacción se aplica a los padres, al conjunto de hermanos, e incluso a las instituciones.
“El vínculo afectivo protector, el más frecuente (65%), y fácilmente observable en cualquier cultura, es el que muestra un niño que, al obtener seguridad gracias a la presencia de una persona con la que está familiarizada, no duda en alejarse de su madre para explorar su pequeño mundo y volver después a su lado para compartir el entusiasmo de sus descubrimientos. En el momento de la primera separación, este tipo de niño, encuentra una solución para resolver su angustia”.
Pero, no hay que obviar que “los estilos sólo duran lo que duran los contextos”. Por lo tanto, en un medio estable, un temperamento impregnado en el niño genera un estilo de relación determinado; pero cuando el medio cambia, el estilo de la reacción puede tomar distintas direcciones.
o En caso de pérdida o de desgracia, ciertos niños habrán aprendido a ir por propia iniciativa en busca de los sustitutos afectivos para la continuación de su desarrollo. En cada etapa evolutiva se vuelven sensibles a nuevas informaciones.
o Los niños que han establecido con facilidad un vínculo afectivo no tendrán ninguna dificultad en pasar a la siguiente fase de su andamiaje psíquico debido a que es agradable quererlos y a que han participado activamente en la creación del vínculo. Se consolida una estabilidad interna con la complicidad inconsciente de los adultos que, atraídos por estos niños, robustecen más aún a los que eran fuertes. Por el contrario un niño con vínculo de evitación no gratifica a un adulto; un niño ambivalente lo exaspera; un niño desorganizado lo frustra, todo lo cual agrava sus dificultades de relación.

Cuando un bebé accede al mundo de la designación, el objeto que señala habla de la historia de sus padres. Se puede asistir al desarrollo del objeto en la mente del niño. El niño se orientará preferentemente en la dirección de nuevos suministradores de gestos y palabras. Las posibilidades de resiliencia podrían aumentar por efecto de una serie de efectos múltiples. En el momento en que el niño se dispone a iniciar la metamorfosis lingüística, comienza la teoría de la mente.
A partir del momento en que un niño habla, su mundo se metamorfosea. La emoción se alimentará, a partir de ese instante de dos fuentes, la sensación producida por el golpe recibido; el sentimiento provocado por la representación del golpe.

Cuando al niño herido se le posibilita representar la desgracia, demuestra su dominio y distanciamiento del trauma. Si además es capaz de estimular a la sociedad con una representación hermosa, consigue un doble beneficio:“(…)La transformación de mi terrible experiencia podrá permitir que otros alcancen el éxito. Ya no soy el pobre niño que gime, me convierto en alguien a través del cual llega la felicidad”. El relato de la agresión se convierte en un factor de agravación o resiliencia según sean las reacciones del entorno.
La fantasía constituye el recurso interno más preciado de la resiliencia. El hecho de que algunos niños se hayan codeado con la muerte, supone una modificación de su representación del tiempo, impregnándoles de un sentimiento de urgencia creadora. “La experiencia traumática puede exacerbar la creatividad” (Gannagé,M., 1999).

“No existe reversibilidad posible después de un trauma, lo que hay es una perentoria obligación de metamorfosis. Una herida precoz o una grave conmoción emocional dejan una huella cerebral y afectiva que permanece oculta tras la reanudación del desarrollo (…) El trastorno puede repararse, a veces incluso de forma ventajosa, pero no es reversible”.

El niño que han de enfrentarse al trauma no puede permitirse no adaptarse; aunque la adaptación no suponga siempre, un beneficio. El trauma captura su conciencia y le ciega por la precisión de los detalles. Esta huella impresa en la memoria se hace presente en los sueños y ensoñaciones. Es una representación tan intensa que ensombrece los demás recuerdos, por lo que se ve obligado a contarse su propia historia para descubrirse a sí mismo. El relato heroico produce un efecto defensivo. Hace del acontecimiento vivido un relato que metamorfosea su horror, una rememoración y puesta en escena que le hace dueño de su pasado. Aunque esta forma de adaptación es una defensa, también es un riesgo de delirio. Si la representación del mundo íntimo, no se canaliza socialmente, puede llegar a ocupar toda la vida psíquica y aislar del mundo al niño herido (sic).
Esta es la razón de que en los traumatizados se observen con regularidad dos cuadros opuestos:
o El de la hiper-adaptación, que conlleva indiferencia, amoralidad, desconfianza y delincuencia.
o A veces, basta un solo encuentro (“en el mundo real, cada encuentro constituye una bifurcación posible”) para que el niño se reoriente hacia la generosidad, el trabajo intelectual, el compromiso social y la creatividad.
Comprender sin actuar da pie a la angustia (la pasividad constituye un factor de vulnerabilidad desestabilizador y doloroso). Y actuar sin comprender produce delincuentes. Los factores de adaptación no son factores de resiliencia, ya que, aunque permiten una supervivencia inmediata, frenan el desarrollo. En un medio sin leyes ni rituales, un niño que no fuera delincuente tendría una esperanza de vida muy breve. Cuando el mundo del niño se ha desestructurado, desapareciendo la familia, desaparecen los modelos de referencia de aprobación o desaprobación, es entonces cuando cede el sitio “a la aprobación de los iguales como elemento apto de su propia estima” (Harter, S., 1998); pues “los primeros pasos de la estima de uno mismo se dan siempre bajo la mirada del otro”(André, C., Lelord, F., 1999).

“Los niños heridos, cuando se convierten en resilientes, se ven obligados a desarrollar un sentido moral precoz”. Son niños que maduran pronto, porque habiéndose hecho sensibles a las desgracias, es lo que mejor saben comprender y descubren el compromiso de ocuparse de los demás.

Cuando lo real es monstruoso, hay que transformarlo para hacerlo soportable:

“Si el herido ha logrado transformar la representación de su trauma mediante la palabra, el arte, la acción, o el compromiso social y deja de experimentar un sentimiento de vergüenza, dejará también de representar una misma impresión a través de las imágenes de sus sueños. La memoria del trauma (…) se difuminará y perderá su capacidad para provocar las reminiscencias del sueño. Sin embargo, si se hace callar al herido, el sueño se convierte en el decir sustitutivo de lo que no ha podido decirse.”

“El talento supremo consiste en exponer la propia desgracia con humor (…) Lo que me ha ocurrido no es ninguna frivolidad. Al haceros sonreír, actúo sobre mi sufrimiento y transformo mi destino en historia. Ya está. Eso es lo que me ocurrió. Fui herido. Pero no quiero pasarme la vida con eso, someterme a mi pasado. Y al ofreceros una representación bonita, interesante y alegre, soy yo el que ahora gobierna el efecto que os produzco. Al modificar la imagen que tenéis de mí, modifico el sentimiento que experimento hacia mí mismo”.

Pero existen momentos en los que ya no es posible reír. Hace falta demasiada distancia para eso. Los torturados e hijos de torturados actúan sobre su propia imagen mediante la acción extrema y la reflexión grave, no mediante el humor. Frecuentemente se implican en acciones militantes contra el bando de los verdugos, en un intento desesperado de reparar la memoria de sus padres.
En este contexto, hay que tener en cuenta que el odio tiene un efecto protector que permite oponerse al agresor, pero puede transformarse en veneno para la existencia cuando dura demasiado tiempo.

Conclusión personal

He aprendido tras este conmovedor ensayo que:

El niño puede tejer su resiliencia si se ha criado en un ambiente que le ha permitido establecer un vínculo afectivo de protección; si en el momento del desgarro encuentra figuras sustitutivas de afecto (se siente amado); si el entorno le propone ámbitos de expresión en los que pueda representar su trauma; si las figuras de referencia valoran positivamente esa representación.

El encuentro con personajes significativos les proporciona depósitos de “llamitas afectivas” que suponen una guía de luz en la oscuridad.

Nosotros, educadores y futuros orientadores, tenemos el conocimiento y la obligación de desplegar estrategias que permitan el desarrollo en la adversidad, la transformación del drama.

Debemos procurar que los niños heridos encuentren su voz interior para que, mediante la creación, pueda ser escuchada en el mundo y éste también se sienta transformado.

Hemos de ser figuras significativas en el camino de los niños abandonados a su destino. Su destino es el nuestro.



(1) La etología es la ciencia que tiene por objeto de estudio el comportamiento animal. Los seres humanos, también animales, formamos parte del campo de estudio de la etología. Esta especialización se conoce con el nombre de etología humana.

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